Yellow Brick Road {Blogs Colaboradores, Capítulo 3}
[Más vale tarde que nunca, dicen algunos...]
El calor en la habitación hace que me despierte, buscando un vaso de agua en la mesita. Poco quedan de los hielos que había en la cubitera junto a la cama, pero cojo uno igualmente y lo cuelo en el agua templada que ya tengo en las manos. La mitad de los hielos que había ahí no acabaron precisamente en una bebida, sino trazando círculos por mi piel desnuda.
Me remuevo al pensarlo con una sonrisa, notando el brazo de William todavía rodeando mi cuerpo. Al final acepté más que sus clases y, aunque no sé cuánto tiempo durará esto, intento no pensarlo. La verdad es que estoy intentando no pensar en general. No pienso en la sensación de estar engañando a mi instrumento cuando toco el ukelele y vuelvo feliz de esos encuentros ni cuando les digo a mis padres que William es un compañero de la facultad que me está ayudando con una audición. Suerte que no están mucho en casa o se darían cuenta que la combinación musical de un ukelele y una flauta no da un sonido muy… popular. Lo hemos probado, solo por las risas, pero los sonidos no conectan, no suena armonioso y al final paramos enseguida, normalmente por un suspiro mío y un beso de su parte.
Tras volver a beber me quedo en silencio, mirando al techo. No hago más que pensar en qué estoy haciendo con mi vida. No tanto por William, sino porque con las audiciones a la vuelta de la esquina tengo que pensar, de verdad, si quiero continuar con la música, o con la flauta, o qué hacer. Me da miedo pensar que cada paso que voy a dar puede llevarme al fracaso.
Mi supuesto profesor se remueve en la cama y noto que me abraza con más fuerza, besando mi hombro. En la penumbra noto sus ojos grises mirarme y sonreír, con los labios todavía sobre mi piel. Se incorpora y me besa, antes de volver a tumbarse boca arriba.
— ¿Tienes calor?— Me pregunta, y yo me río, tendiéndole el vaso que había dejado medio vacío en la mesita.— Dios, gracias, te quiero.
— Oh, qué tierno. Me dices te quiero solo porque te doy agua. — Bromeo. Creo que nos lo hemos dicho muchas veces pero nunca lo siento de verdad, y no sé si a él le pasa lo mismo.
— Eres una boba.— Susurra, pero me besa antes de dejar el vaso vacío sobre la mesa y volver a abrazar mi cuerpo.— ¿Qué pensabas antes? Parecías preocupada.
Me encojo de hombros, olvidaba lo fácil que es mostrarte vulnerable cuando estás desnuda y tu compañero duerme.
— Me asusta un poco sentirme feliz tocando el ukelele. — Hago una pausa, sonriéndole.— No te ofendas.
— No lo hago.— Me besa, como siempre que hago ese tipo de bromas.
— Pero sí que me asusta, ¿sabes? Pensar que he estado años estudiando para sentir de golpe que no me llena. ¿Y si tengo que empezar de cero?
— Do, ¿cuántos años tienes?— Me pregunta William, más serio. Frunzo el ceño, sin entender a qué viene la pregunta, y él debe notar mi desconcierto.— Tú responde.
— Dieciocho años, si ya lo sabes.— Respondo.
— Ah, por como hablabas pensé que tenías ochenta.— Me replica y yo le empujo de la cama, logrando que tenga que agarrarse a mi brazo para no caer de la cama. Él se ríe, quedando a hojarcadas sobre mi y besando mi frente.— Dorothy, tienes dieciocho años y es la edad en la que tenemos que equivocarnos y volvernos locos. Hay veces que tomar una decisión impulsiva puede llevarte a algo maravilloso. Y, si te equivocas, tienes muchos años para enmendar tu error.
Sonrío, entiendo lo que dice, pero al mismo tiempo…
— Mi tía murió a los 26 años.— Explico. No es algo que suela decir, aunque pasara el año pasado. Bajo la vista, intentando esquivar su mirada incluso en la oscuridad de la habitación.— Sé lo que quieres decirme y que no es lo habitual, pero murió el año pasado. Tal vez la vida no es tan larga como esperaba y tengo que decidir, porque puedo arrepentirme.
— No sabía lo de tu tía.— Me susurra, acariciándome la mejilla y secando una lágrima que ni siquiera sabía que estaba surcando mi mejilla. Nos besamos en silencio unos minutos, tal vez para no pensar, pero me aparta, todavía con sus manos en mis mejillas. Se pasa la lengua por los labios antes de seguir hablando y noto que está meditando mucho qué decir.— Sé que tienes una perspectiva distinta ahora, pero… ¿Vas a vivir tu vida de puntillas solo por miedo a lo que pueda pasar?
Me sostiene de modo que le mire a los ojos, sintiendo que hay sinceridad en sus palabras, y preocupación. Esbozo una media sonrisa, intentando meditar sobre sus palabras.
— ¿Quieres que ensayemos un poco más?— Pregunto, intentando cambiar de tema. Él me sonríe, profundizando el beso.
— ¿Te estás refiriendo al ukelele o…?
Le golpeo en el pecho, apartándome y buscando una camiseta en el suelo de la habitación.
— A veces eres demasiado para mi, William.
Sin embargo sonrío cuando me rodea por la cintura, volviendo a tirarme a la cama entre risas y besos. Creo que podré decidir más adelante.
Tal vez sea cierto, y la vida no se detenga por seguir el camino que me dicta el corazón.
El calor en la habitación hace que me despierte, buscando un vaso de agua en la mesita. Poco quedan de los hielos que había en la cubitera junto a la cama, pero cojo uno igualmente y lo cuelo en el agua templada que ya tengo en las manos. La mitad de los hielos que había ahí no acabaron precisamente en una bebida, sino trazando círculos por mi piel desnuda.
Me remuevo al pensarlo con una sonrisa, notando el brazo de William todavía rodeando mi cuerpo. Al final acepté más que sus clases y, aunque no sé cuánto tiempo durará esto, intento no pensarlo. La verdad es que estoy intentando no pensar en general. No pienso en la sensación de estar engañando a mi instrumento cuando toco el ukelele y vuelvo feliz de esos encuentros ni cuando les digo a mis padres que William es un compañero de la facultad que me está ayudando con una audición. Suerte que no están mucho en casa o se darían cuenta que la combinación musical de un ukelele y una flauta no da un sonido muy… popular. Lo hemos probado, solo por las risas, pero los sonidos no conectan, no suena armonioso y al final paramos enseguida, normalmente por un suspiro mío y un beso de su parte.
Tras volver a beber me quedo en silencio, mirando al techo. No hago más que pensar en qué estoy haciendo con mi vida. No tanto por William, sino porque con las audiciones a la vuelta de la esquina tengo que pensar, de verdad, si quiero continuar con la música, o con la flauta, o qué hacer. Me da miedo pensar que cada paso que voy a dar puede llevarme al fracaso.
Mi supuesto profesor se remueve en la cama y noto que me abraza con más fuerza, besando mi hombro. En la penumbra noto sus ojos grises mirarme y sonreír, con los labios todavía sobre mi piel. Se incorpora y me besa, antes de volver a tumbarse boca arriba.
— ¿Tienes calor?— Me pregunta, y yo me río, tendiéndole el vaso que había dejado medio vacío en la mesita.— Dios, gracias, te quiero.
— Oh, qué tierno. Me dices te quiero solo porque te doy agua. — Bromeo. Creo que nos lo hemos dicho muchas veces pero nunca lo siento de verdad, y no sé si a él le pasa lo mismo.
— Eres una boba.— Susurra, pero me besa antes de dejar el vaso vacío sobre la mesa y volver a abrazar mi cuerpo.— ¿Qué pensabas antes? Parecías preocupada.
Me encojo de hombros, olvidaba lo fácil que es mostrarte vulnerable cuando estás desnuda y tu compañero duerme.
— Me asusta un poco sentirme feliz tocando el ukelele. — Hago una pausa, sonriéndole.— No te ofendas.
— No lo hago.— Me besa, como siempre que hago ese tipo de bromas.
— Pero sí que me asusta, ¿sabes? Pensar que he estado años estudiando para sentir de golpe que no me llena. ¿Y si tengo que empezar de cero?
— Do, ¿cuántos años tienes?— Me pregunta William, más serio. Frunzo el ceño, sin entender a qué viene la pregunta, y él debe notar mi desconcierto.— Tú responde.
— Dieciocho años, si ya lo sabes.— Respondo.
— Ah, por como hablabas pensé que tenías ochenta.— Me replica y yo le empujo de la cama, logrando que tenga que agarrarse a mi brazo para no caer de la cama. Él se ríe, quedando a hojarcadas sobre mi y besando mi frente.— Dorothy, tienes dieciocho años y es la edad en la que tenemos que equivocarnos y volvernos locos. Hay veces que tomar una decisión impulsiva puede llevarte a algo maravilloso. Y, si te equivocas, tienes muchos años para enmendar tu error.
Sonrío, entiendo lo que dice, pero al mismo tiempo…
— Mi tía murió a los 26 años.— Explico. No es algo que suela decir, aunque pasara el año pasado. Bajo la vista, intentando esquivar su mirada incluso en la oscuridad de la habitación.— Sé lo que quieres decirme y que no es lo habitual, pero murió el año pasado. Tal vez la vida no es tan larga como esperaba y tengo que decidir, porque puedo arrepentirme.
— No sabía lo de tu tía.— Me susurra, acariciándome la mejilla y secando una lágrima que ni siquiera sabía que estaba surcando mi mejilla. Nos besamos en silencio unos minutos, tal vez para no pensar, pero me aparta, todavía con sus manos en mis mejillas. Se pasa la lengua por los labios antes de seguir hablando y noto que está meditando mucho qué decir.— Sé que tienes una perspectiva distinta ahora, pero… ¿Vas a vivir tu vida de puntillas solo por miedo a lo que pueda pasar?
Me sostiene de modo que le mire a los ojos, sintiendo que hay sinceridad en sus palabras, y preocupación. Esbozo una media sonrisa, intentando meditar sobre sus palabras.
— ¿Quieres que ensayemos un poco más?— Pregunto, intentando cambiar de tema. Él me sonríe, profundizando el beso.
— ¿Te estás refiriendo al ukelele o…?
Le golpeo en el pecho, apartándome y buscando una camiseta en el suelo de la habitación.
— A veces eres demasiado para mi, William.
Sin embargo sonrío cuando me rodea por la cintura, volviendo a tirarme a la cama entre risas y besos. Creo que podré decidir más adelante.
Tal vez sea cierto, y la vida no se detenga por seguir el camino que me dicta el corazón.
Qué tierno William, me encanta para la protagonista. Ojalá ella pueda relajarse y ver las cosas desde otra perspectiva.
ResponderEliminarY claro que nunca es tarde para terminar con la historia. Espero el capítulo final.
¡Saludos!