Las Ciudades de los Muertos {Relato Corto}
[En el oeste se encontraban las ciudades de los muertos... Y algunos de ellos estaban despiertos]
Hacía tiempo que no recorría aquellas zonas, pero seguía recordando hacia dónde llevaba cada sendero aunque los carteles ya no estuvieran allí. Mientras Theren parecía investigar alrededor en busca de alguna pista sobre qué iban a encontrarse, Lyreth habló con rapidez.
— Kairea está al este, es una ciudad grande, marcada por el comercio. Suele ser punto de reunión de mercaderes en las estaciones cálidas e incluso en invierno suele tener visitantes.— Explicó, señalando hacia el sendero de su derecha. Hubo un titubeo antes de hablar. En el oeste se encontraban las ciudades de los muertos, y era difícil suavizar esa declaración.— Al oeste…
— Sé lo que hay. Entiendo algo de geografía, sobre todo de ciudades “malditas”.— Respondió Theren, aunque sonreía con calma. Resultaba difícil ver en él al chico asustado de un lobo que una vez se cruzó en su camino, aunque cierto era que habían pasado muchas cosas entre medias. Cuando se quiso dar cuenta estaba correspondiendo la sonrisa del joven, incluso sin ser consciente de por qué. Recogió su bolsa del camino, colocándosela al hombro al ver que habían tomado una decisión.— Será mejor ver esas ciudades con mis propios ojos.
Ella no le reprochó el comentario. Hacía tiempo que no tenía un destino fijo, sino que se dejaba guiar por las aventuras que se le presentaban. Además, era posible encontrar ciertas recompensas en esas tierras, si las leyendas eran ciertas.
El sendero serpenteaba con frecuencia, poco a poco el terreno iba volviéndose arenoso, los árboles más bajos y las hierbas desaparecían de la vista, dejando un trayecto cubierto de dunas que ondeaban al viento nocturno y hacían cambiar el paisaje ante sus ojos. No había señales que les demostraran estar caminando en la dirección adecuada, ni creían encontrar un viandante al que preguntar por la ciudad. Lyreth se ajustó la mochila a sus hombros en un intento de distribuir la carga mejor, pero no sirvió de nada. El viento empezó a volverse más frío a medida que la arena perdía el calor y casi parecía que la primera ciudad no aparecería pronto ante ellos. Estuvo tentada a parar cuando vio a Theren arrastrar los pies a su lado. Él no estaba tan acostumbrado a andar largas distancias como ella.
Sin embargo entonces, y para sorpresa de los jóvenes, escucharon música. Ambos se detuvieron, mirando alrededor y creyendo que era un espejismo, o notas muy lejanas llevadas por el viento. Sin embargo ahí, a lo lejos, se escuchaba al menos el sonido de una guitarra y las voces de la gente cantando y riendo.
Lyreth frunció el ceño, la mano en la empuñadura de su espada.
— ¿Tomamos el camino correcto?— Preguntó Theren, rebuscando en sus bolsillos el mapa que habían estado siguiendo.— Desde luego estamos yendo al oeste, la noche es más clara de frente, pero… ¿Lyreth?
Cuando quiso darse cuenta la joven estaba intentando trepar por una de las dunas, a veces tropezando y deslizándose de nuevo pendiente abajo. Sin embargo no se detuvo, y aunque tenía que avanzar en diagonal para evitar caer y lo hacía mucho más despacio, al final llegó a la cima de la duna, jadeando y con los hombros agarrotados por el esfuerzo.
Debajo, cubierto en luz, estaba la primera de las ciudades de los muertos. Sin embargo, pese a las creencias, esa ciudad estaba lejos de estar muerta. La música, e incluso el olor a comida recién hecha, llegaba hacia ellos empujada por el viento. Lyreth solo desvió la vista de la ciudad cuando sintió los jadeos cansados de Theren a su lado, que se perdieron unos segundos mientras él también asimilaba la información.
— La ciudad de los muertos…
— Está muy viva, sí, eso parece.— Bromeó Lyreth, recobradas las energías. Miró alrededor en busca de algún descenso seguro por la pendiente de la duna, pero al final, con una sonrisa traviesa, volvió a mirar a su compañero.— ¿Quieres bajar?
Él no tardó en comprender a qué se refería. Con mucho cuidado se colocó en el borde de la pendiente e, igual que antes habían estado peleando para conseguir ascender, en aquel momento la gravedad les iba deslizando poco a poco duna abajo, aunque la arena se colara en su calzado y a veces quedaran tan hundidos en la ladera que acabaran rodando para conseguir salir del lugar donde se habían metido. Llegaron al borde de la ciudad entre risas y jadeos, cubiertos de arena y con alguna que otra magulladura, pero tampoco les importó.
Los primeros hombres que se encontraron estaban a la puerta de una casa fumando de su pipa mientras comentaban entre ellos la jornada. No se sorprendieron de su presencia, aunque al principio parecían un poco desconcertados, enseguida les hicieron un gesto con las manos.
— ¿Estáis buscando algún familiar?— Ambos se miraron, sorprendidos por esa pregunta, antes de negar. El que había hablado se mesó el bigote con su mano izquierda, mirando a sus compañeros con algo de suspicacia antes de volverse a ellos.— No seréis ladrones de tumbas, ¿no?
Lyreth notó que Theren meditaba la pregunta, seguramente preguntándose si habría algún dato histórico o científico que estudiar en su interior. Reaccionó por él, sacudiendo la cabeza y pegando un codazo a su compañero.
— En realidad somos aventureros y queríamos conocer la ciudad. No pensábamos ir profanando tumbas, simplemente conocer su cultura.— Explicó la joven, siendo totalmente sincera en sus palabras. Siempre le habían dicho que no debía molestar a los muertos y ya había visto las consecuencias de revivirlos.— No queremos causar molestia.
Algo más aliviados, los hombres se miraron antes de sonreír y girarse para darles paso a la casa. El olor les llegó mucho más fuerte en aquel instante, con especias que lo transportaban hacia el exterior con gran intensidad. Lyreth notó el picante de la comida nada más entrar, seguida por sus anfitriones, pero ya era tarde. Un par de hombres mayores eran los que estaban cuidando del guiso mientras en otra parte de la habitación las mujeres bailaban y otras ponían la mesa. Se intercalaban entre bailes y tareas y al verles, una de las más jóvenes cogió del brazo a Lyreth y la llevó al centro de la sala. El ritmo lo marcaba un niño con su guitarra, y sus padres daban voz a una canción muy animada. Theren sonrió, siguiendo el ritmo con sus palmas mientras veía la dificultad de su compañera para moverse por la sala, incluso cuando le hubieron quitado las bolsas y su capa.
Él hizo lo mismo, dejando su mochila y sus cosas apoyadas en un perchero al lado de la entrada, pero no bailó. Estuvo un rato observando a Lyreth, que miraba alrededor intentando entender los pasos de la danza y se contagiaba de las risas como nunca antes había visto, pero acabó dando una vuelta alrededor, observando los objetos sobre las mesas. Mucha de la decoración se basaba en calaveras, pero cubiertas de color y vida, y rodeadas de flores de color intenso. Se giró entonces a una de las mujeres que estaba poniendo la mesa.
— Nunca había conocido un culto a la muerte tan… colorido.
La mujer sonrió, apoyando una mano en su hombro. Cogió una de las flores de la estantería, una margarita con las hojas de un colorido tono naranja, y la posó tras su oreja con una caricia. El gesto le resultó curioso a Theren, pero no se vio capaz de preguntarle por qué lo había hecho.
— Pronto verás por qué.— Volvió a posar la mano sobre su mejilla, con una ternura maternal que hacía tiempo que no sentía, y apretó los labios antes de seguir hablando.— Tu abuela dice que dejes eso de recoger babas, que no tiene pinta de ser nada higiénico. Pero tu padre entiende tu cariño por la ciencia.
Se apartó, cuidando de limpiarse las manos en una servilleta antes de seguir poniendo platos sobre la mesa. Theren no dijo nada, ni sobre el comentario, ni la flor, ni nada. Simplemente se quedó escuchando las canciones y, cuando Lyreth se situó a su lado, con las mejillas enrojecidas de pura euforia, su curiosidad quedó relegada a un segundo plano.
— No puedo seguirles el ritmo. Son peores que los monstruos.— Comentó, tomándose unos segundos para recuperar el aliento. Dio un golpe suave a la flor que tenía en su oreja, como si quisiera saber a qué venía, pero Theren no le prestó atención.
— Creo que deberías beber algo.— Comentó, haciendo que Lyreth asintiera y ensanchara la sonrisa.— Hacía tiempo que no sonreías tanto.
— Nuestros últimos viajes no eran tan animados.
Eso era cierto, pero no dejaba de sorprenderle lo fácil que había sido integrarse. Bebieron un poco de los zumos de limón que habían preparado y enseguida estaban comiendo guisos de carne y legumbres intercalados con ensaladas, diversos platos con tortitas de trigo y maíz para comer con las manos y compartir. La conversación era muy animada e incluso cuando dejaron la guitarra en un lateral se seguía sintiendo un toque musical en el ambiente. Acabaron tan hinchados por la comida que empezaban a sentirse incapaces de levantarse aunque se lo pidieran, pero no lo hicieron. Cuando estaban apartando los platos del postre (y para eso sí se levantaron, pese a que al principio no se sentían con fuerzas, porque no querían abusar de su hospitalidad) los más pequeños fueron apagando las luces de la sala, hasta que solo unas pocas velas quedaron encendidas en el entorno. Theren miró alrededor con curiosidad, intentando comprender lo que estaba pasando. La mujer que le había colocado la flor en el pelo se incorporó y, sonriéndoles a ambos, vació la mesa con un simple gesto de su mano. Todos los platos y adornos desaparecieron, sustituyéndose por las pocas velas restantes y varias de las calaveras que descansaban en las estanterías. Al principio los jóvenes no se sorprendieron, pero no fue hasta segundos después que Theren dio un suave codazo a su compañera. Había runas en la mesa, que vibraban tenues con la luz de las velas y se reflejaban en las calaveras. La iluminación se tornó más tenue.
— No os alteréis, queridos. Daniel me dijo que queríais conocer nuestra cultura y eso os vamos a mostrar.— Se quedó en pie, mirando al resto de sus familiares, que juntaron sus manos los unos con los otros. Theren titubeó unos segundos antes de imitar el gesto, apretando con fuerza la mano de Lyreth.— Es cierto, nuestro culto a la muerte es muy colorido, tanto como nuestro culto a la vida. Pero es que, para nosotros, la muerte no es más que una celebración más. Si recordamos a nuestros muertos, ellos siguen viviendo… Y, a veces, podemos verles.
El suelo comenzó a temblar, primero fue tenue y apenas lo percibieron, pero pronto la vibración se trasladó a las estanterías de la casa, los platos apilados aún sin limpiar. Las luces ondeaban y con ellas la iluminación de la sala iba cambiando, apagándose y encendiéndose en función de la fuerza de la vela. Sin embargo el grupo siguió apretando sus manos, sin percatarse de lo que ocurría. Solo Lyreth y Theren parecían alarmados, pero no soltaron las manos de aquellos que les habían sido hospitalarios. No pensaban romper sus costumbres sin saber por qué.
Poco a poco la vibración fue remitiendo y, aunque todo en la sala parecía igual, ellos eran conscientes de que algo había cambiado. El grupo fue soltando las manos de sus compañeros, muy despacio. Lyreth notó su garganta seca cuando se hizo la calma, pero no se sentía capaz de mover un solo músculo.
Alguien llamó a la puerta. Todos se giraron despacio hacia ella, muchos sonriendo. El joven que había tocado la guitarra antes de cenar se incorporó con rapidez y fue a la puerta con ansia, haciendo que algunos en la mesa se rieran entre ellos con ternura. Parecía ansioso por recibir visita.
Cuando la puerta se abrió, Lyreth entendió por qué. Frente a ellos había una mujer anciana, con arrugas en el rostro y ropa de lana cubriendo su cuerpo. Sin embargo, si destacaba por algo, era por el brillo azulado de su piel y las marcas de su rostro, similares a las que decoraban las calaveras de la pared. Abrazó a su nieto con dulzura y entró en la casa como si perteneciera a ese entorno.
Muchos se volvieron en aquel instante a observar su reacción. Theren estaba boquiabierto, siguiendo la figura de la anciana con sorpresa. Volvió la vista al frente, consciente del espectáculo que debía estar montando con su mirada, y se sorprendió al sentir angustia en su pecho. Otros más entraron en la sala y pronto la vitalidad y la alegría previa a la cena volvieron, con más bailes. Un joven invitó a Theren a bailar y este, todavía sorprendido, aceptó la oferta, haciendo reír a Lyreth cuando se levantó de su lado. Ella misma volvió a bailar, a reír y a disfrutar de la velada como si sus energías estuvieran completamente renovadas pese al cansancio de todo el camino y todo el baile. Siguió bailando, sin sorprenderse por aquellos jóvenes con la piel azulada frente a ellos, como si fueran exactamente iguales. Se había enfrentado a monstruos con peor aspecto, no pensaba hacerles asco.
La noche se alargó más de lo que pensaban, e incluso algunos de los muertos parecían cansados cuando se despidieron. Theren se quedó en pie, mirando por las ventanas, a todas las casas que despedían a sus muertos antes de verles desvanecerse como si no hubieran estado allí segundos antes. Volvió entonces a observar a la mujer, María, que terminaba de apagar las pocas velas que quedaban encendidas en aquel instante. Parecía que con ello se rompía parte del hechizo y la habitación quedaba mucho más vacía de lo que estaba segundos antes.
— Habitamos las ciudades de los muertos desde antes que se dieran este nombre, porque si velamos por ellos y los recordamos podemos hacer uso de nuestra magia para volver a verles.— Explicó, sentándose sobre una butaca con aire cansado. No se había dado cuenta de lo mayor que era hasta ese instante, fijándose en las arrugas de su piel a la luz de la luna que entraba por la ventana.— Pero es un trabajo agotador, la verdad.
— ¿Todos los muertos son así?— Preguntó él, una brizna de esperanza brillando en sus ojos.— Antes… mi padre.
La mujer sacudió la cabeza.
— No somos capaces de llamarlos a todos para que vengan, no sin un vínculo emotivo muy grande. Pero al tocarte pude escucharles. Ellos siempre estarán velando por ti, incluso si no puedes verlos.
Aquello le reconfortó un poco, sonriendo con calma y reprimiendo un bostezo. María volvió a sonreír, empujándole hacia una de las camas improvisadas que habían hecho en un hueco de la sala, ahora vacía. Lyreth seguía despierta, sonriendo y recogiendo lo poco que quedaba por guardar en la habitación.
— Muchas gracias por mostrarnos esto.— Murmuró, sonriendo. Tenía una manta en sus manos, aunque no creía poder dormir mucho aquella noche.— Creo que es mucho más de lo que esperábamos.
María rió.
— Tenéis un buen aura. Nunca había visto a mis hijas bailar con tanta energía desde hacía meses.— Bromeó, apoyando una mano en su espalda, antes de apartarla con un brusco movimiento, como si su compañera quemase. Lyreth se sorprendió del gesto, frunciendo el ceño e inclinando la cabeza. La mujer suavizó el rostro, aunque seguía mostrándose preocupada— Perdona, no sabía… Tu familia.
— Oh. No te preocupes.— Comprendió ella, sacudiéndo la cabeza y restando importancia.— Fue hace mucho tiempo.
María asintió, sin querer entrometerse mucho más. Apoyó una mano comprensiva sobre las suyas, aunque titubease antes de hacer el gesto.
— Están callados. Pero están presentes. Y te observan.
Se fue sin añadir mucho más, dejando la sala completamente vacía, a excepción de Theren durmiendo pegado a la pared. Lyreth suspiró y se acurrucó a su lado, tumbándose pero con los ojos completamente abiertos. Las sombras de la habitación le parecían más vivas en aquel momento, como si miles de ojos estuvieran presentes, clavados en ella.
Atentos.
Hacía tiempo que no recorría aquellas zonas, pero seguía recordando hacia dónde llevaba cada sendero aunque los carteles ya no estuvieran allí. Mientras Theren parecía investigar alrededor en busca de alguna pista sobre qué iban a encontrarse, Lyreth habló con rapidez.
— Kairea está al este, es una ciudad grande, marcada por el comercio. Suele ser punto de reunión de mercaderes en las estaciones cálidas e incluso en invierno suele tener visitantes.— Explicó, señalando hacia el sendero de su derecha. Hubo un titubeo antes de hablar. En el oeste se encontraban las ciudades de los muertos, y era difícil suavizar esa declaración.— Al oeste…
— Sé lo que hay. Entiendo algo de geografía, sobre todo de ciudades “malditas”.— Respondió Theren, aunque sonreía con calma. Resultaba difícil ver en él al chico asustado de un lobo que una vez se cruzó en su camino, aunque cierto era que habían pasado muchas cosas entre medias. Cuando se quiso dar cuenta estaba correspondiendo la sonrisa del joven, incluso sin ser consciente de por qué. Recogió su bolsa del camino, colocándosela al hombro al ver que habían tomado una decisión.— Será mejor ver esas ciudades con mis propios ojos.
Ella no le reprochó el comentario. Hacía tiempo que no tenía un destino fijo, sino que se dejaba guiar por las aventuras que se le presentaban. Además, era posible encontrar ciertas recompensas en esas tierras, si las leyendas eran ciertas.
El sendero serpenteaba con frecuencia, poco a poco el terreno iba volviéndose arenoso, los árboles más bajos y las hierbas desaparecían de la vista, dejando un trayecto cubierto de dunas que ondeaban al viento nocturno y hacían cambiar el paisaje ante sus ojos. No había señales que les demostraran estar caminando en la dirección adecuada, ni creían encontrar un viandante al que preguntar por la ciudad. Lyreth se ajustó la mochila a sus hombros en un intento de distribuir la carga mejor, pero no sirvió de nada. El viento empezó a volverse más frío a medida que la arena perdía el calor y casi parecía que la primera ciudad no aparecería pronto ante ellos. Estuvo tentada a parar cuando vio a Theren arrastrar los pies a su lado. Él no estaba tan acostumbrado a andar largas distancias como ella.
Sin embargo entonces, y para sorpresa de los jóvenes, escucharon música. Ambos se detuvieron, mirando alrededor y creyendo que era un espejismo, o notas muy lejanas llevadas por el viento. Sin embargo ahí, a lo lejos, se escuchaba al menos el sonido de una guitarra y las voces de la gente cantando y riendo.
Lyreth frunció el ceño, la mano en la empuñadura de su espada.
— ¿Tomamos el camino correcto?— Preguntó Theren, rebuscando en sus bolsillos el mapa que habían estado siguiendo.— Desde luego estamos yendo al oeste, la noche es más clara de frente, pero… ¿Lyreth?
Cuando quiso darse cuenta la joven estaba intentando trepar por una de las dunas, a veces tropezando y deslizándose de nuevo pendiente abajo. Sin embargo no se detuvo, y aunque tenía que avanzar en diagonal para evitar caer y lo hacía mucho más despacio, al final llegó a la cima de la duna, jadeando y con los hombros agarrotados por el esfuerzo.
Debajo, cubierto en luz, estaba la primera de las ciudades de los muertos. Sin embargo, pese a las creencias, esa ciudad estaba lejos de estar muerta. La música, e incluso el olor a comida recién hecha, llegaba hacia ellos empujada por el viento. Lyreth solo desvió la vista de la ciudad cuando sintió los jadeos cansados de Theren a su lado, que se perdieron unos segundos mientras él también asimilaba la información.
— La ciudad de los muertos…
— Está muy viva, sí, eso parece.— Bromeó Lyreth, recobradas las energías. Miró alrededor en busca de algún descenso seguro por la pendiente de la duna, pero al final, con una sonrisa traviesa, volvió a mirar a su compañero.— ¿Quieres bajar?
Él no tardó en comprender a qué se refería. Con mucho cuidado se colocó en el borde de la pendiente e, igual que antes habían estado peleando para conseguir ascender, en aquel momento la gravedad les iba deslizando poco a poco duna abajo, aunque la arena se colara en su calzado y a veces quedaran tan hundidos en la ladera que acabaran rodando para conseguir salir del lugar donde se habían metido. Llegaron al borde de la ciudad entre risas y jadeos, cubiertos de arena y con alguna que otra magulladura, pero tampoco les importó.
Los primeros hombres que se encontraron estaban a la puerta de una casa fumando de su pipa mientras comentaban entre ellos la jornada. No se sorprendieron de su presencia, aunque al principio parecían un poco desconcertados, enseguida les hicieron un gesto con las manos.
— ¿Estáis buscando algún familiar?— Ambos se miraron, sorprendidos por esa pregunta, antes de negar. El que había hablado se mesó el bigote con su mano izquierda, mirando a sus compañeros con algo de suspicacia antes de volverse a ellos.— No seréis ladrones de tumbas, ¿no?
Lyreth notó que Theren meditaba la pregunta, seguramente preguntándose si habría algún dato histórico o científico que estudiar en su interior. Reaccionó por él, sacudiendo la cabeza y pegando un codazo a su compañero.
— En realidad somos aventureros y queríamos conocer la ciudad. No pensábamos ir profanando tumbas, simplemente conocer su cultura.— Explicó la joven, siendo totalmente sincera en sus palabras. Siempre le habían dicho que no debía molestar a los muertos y ya había visto las consecuencias de revivirlos.— No queremos causar molestia.
Algo más aliviados, los hombres se miraron antes de sonreír y girarse para darles paso a la casa. El olor les llegó mucho más fuerte en aquel instante, con especias que lo transportaban hacia el exterior con gran intensidad. Lyreth notó el picante de la comida nada más entrar, seguida por sus anfitriones, pero ya era tarde. Un par de hombres mayores eran los que estaban cuidando del guiso mientras en otra parte de la habitación las mujeres bailaban y otras ponían la mesa. Se intercalaban entre bailes y tareas y al verles, una de las más jóvenes cogió del brazo a Lyreth y la llevó al centro de la sala. El ritmo lo marcaba un niño con su guitarra, y sus padres daban voz a una canción muy animada. Theren sonrió, siguiendo el ritmo con sus palmas mientras veía la dificultad de su compañera para moverse por la sala, incluso cuando le hubieron quitado las bolsas y su capa.
Él hizo lo mismo, dejando su mochila y sus cosas apoyadas en un perchero al lado de la entrada, pero no bailó. Estuvo un rato observando a Lyreth, que miraba alrededor intentando entender los pasos de la danza y se contagiaba de las risas como nunca antes había visto, pero acabó dando una vuelta alrededor, observando los objetos sobre las mesas. Mucha de la decoración se basaba en calaveras, pero cubiertas de color y vida, y rodeadas de flores de color intenso. Se giró entonces a una de las mujeres que estaba poniendo la mesa.
— Nunca había conocido un culto a la muerte tan… colorido.
La mujer sonrió, apoyando una mano en su hombro. Cogió una de las flores de la estantería, una margarita con las hojas de un colorido tono naranja, y la posó tras su oreja con una caricia. El gesto le resultó curioso a Theren, pero no se vio capaz de preguntarle por qué lo había hecho.
— Pronto verás por qué.— Volvió a posar la mano sobre su mejilla, con una ternura maternal que hacía tiempo que no sentía, y apretó los labios antes de seguir hablando.— Tu abuela dice que dejes eso de recoger babas, que no tiene pinta de ser nada higiénico. Pero tu padre entiende tu cariño por la ciencia.
Se apartó, cuidando de limpiarse las manos en una servilleta antes de seguir poniendo platos sobre la mesa. Theren no dijo nada, ni sobre el comentario, ni la flor, ni nada. Simplemente se quedó escuchando las canciones y, cuando Lyreth se situó a su lado, con las mejillas enrojecidas de pura euforia, su curiosidad quedó relegada a un segundo plano.
— No puedo seguirles el ritmo. Son peores que los monstruos.— Comentó, tomándose unos segundos para recuperar el aliento. Dio un golpe suave a la flor que tenía en su oreja, como si quisiera saber a qué venía, pero Theren no le prestó atención.
— Creo que deberías beber algo.— Comentó, haciendo que Lyreth asintiera y ensanchara la sonrisa.— Hacía tiempo que no sonreías tanto.
— Nuestros últimos viajes no eran tan animados.
Eso era cierto, pero no dejaba de sorprenderle lo fácil que había sido integrarse. Bebieron un poco de los zumos de limón que habían preparado y enseguida estaban comiendo guisos de carne y legumbres intercalados con ensaladas, diversos platos con tortitas de trigo y maíz para comer con las manos y compartir. La conversación era muy animada e incluso cuando dejaron la guitarra en un lateral se seguía sintiendo un toque musical en el ambiente. Acabaron tan hinchados por la comida que empezaban a sentirse incapaces de levantarse aunque se lo pidieran, pero no lo hicieron. Cuando estaban apartando los platos del postre (y para eso sí se levantaron, pese a que al principio no se sentían con fuerzas, porque no querían abusar de su hospitalidad) los más pequeños fueron apagando las luces de la sala, hasta que solo unas pocas velas quedaron encendidas en el entorno. Theren miró alrededor con curiosidad, intentando comprender lo que estaba pasando. La mujer que le había colocado la flor en el pelo se incorporó y, sonriéndoles a ambos, vació la mesa con un simple gesto de su mano. Todos los platos y adornos desaparecieron, sustituyéndose por las pocas velas restantes y varias de las calaveras que descansaban en las estanterías. Al principio los jóvenes no se sorprendieron, pero no fue hasta segundos después que Theren dio un suave codazo a su compañera. Había runas en la mesa, que vibraban tenues con la luz de las velas y se reflejaban en las calaveras. La iluminación se tornó más tenue.
— No os alteréis, queridos. Daniel me dijo que queríais conocer nuestra cultura y eso os vamos a mostrar.— Se quedó en pie, mirando al resto de sus familiares, que juntaron sus manos los unos con los otros. Theren titubeó unos segundos antes de imitar el gesto, apretando con fuerza la mano de Lyreth.— Es cierto, nuestro culto a la muerte es muy colorido, tanto como nuestro culto a la vida. Pero es que, para nosotros, la muerte no es más que una celebración más. Si recordamos a nuestros muertos, ellos siguen viviendo… Y, a veces, podemos verles.
El suelo comenzó a temblar, primero fue tenue y apenas lo percibieron, pero pronto la vibración se trasladó a las estanterías de la casa, los platos apilados aún sin limpiar. Las luces ondeaban y con ellas la iluminación de la sala iba cambiando, apagándose y encendiéndose en función de la fuerza de la vela. Sin embargo el grupo siguió apretando sus manos, sin percatarse de lo que ocurría. Solo Lyreth y Theren parecían alarmados, pero no soltaron las manos de aquellos que les habían sido hospitalarios. No pensaban romper sus costumbres sin saber por qué.
Poco a poco la vibración fue remitiendo y, aunque todo en la sala parecía igual, ellos eran conscientes de que algo había cambiado. El grupo fue soltando las manos de sus compañeros, muy despacio. Lyreth notó su garganta seca cuando se hizo la calma, pero no se sentía capaz de mover un solo músculo.
Alguien llamó a la puerta. Todos se giraron despacio hacia ella, muchos sonriendo. El joven que había tocado la guitarra antes de cenar se incorporó con rapidez y fue a la puerta con ansia, haciendo que algunos en la mesa se rieran entre ellos con ternura. Parecía ansioso por recibir visita.
Cuando la puerta se abrió, Lyreth entendió por qué. Frente a ellos había una mujer anciana, con arrugas en el rostro y ropa de lana cubriendo su cuerpo. Sin embargo, si destacaba por algo, era por el brillo azulado de su piel y las marcas de su rostro, similares a las que decoraban las calaveras de la pared. Abrazó a su nieto con dulzura y entró en la casa como si perteneciera a ese entorno.
Muchos se volvieron en aquel instante a observar su reacción. Theren estaba boquiabierto, siguiendo la figura de la anciana con sorpresa. Volvió la vista al frente, consciente del espectáculo que debía estar montando con su mirada, y se sorprendió al sentir angustia en su pecho. Otros más entraron en la sala y pronto la vitalidad y la alegría previa a la cena volvieron, con más bailes. Un joven invitó a Theren a bailar y este, todavía sorprendido, aceptó la oferta, haciendo reír a Lyreth cuando se levantó de su lado. Ella misma volvió a bailar, a reír y a disfrutar de la velada como si sus energías estuvieran completamente renovadas pese al cansancio de todo el camino y todo el baile. Siguió bailando, sin sorprenderse por aquellos jóvenes con la piel azulada frente a ellos, como si fueran exactamente iguales. Se había enfrentado a monstruos con peor aspecto, no pensaba hacerles asco.
La noche se alargó más de lo que pensaban, e incluso algunos de los muertos parecían cansados cuando se despidieron. Theren se quedó en pie, mirando por las ventanas, a todas las casas que despedían a sus muertos antes de verles desvanecerse como si no hubieran estado allí segundos antes. Volvió entonces a observar a la mujer, María, que terminaba de apagar las pocas velas que quedaban encendidas en aquel instante. Parecía que con ello se rompía parte del hechizo y la habitación quedaba mucho más vacía de lo que estaba segundos antes.
— Habitamos las ciudades de los muertos desde antes que se dieran este nombre, porque si velamos por ellos y los recordamos podemos hacer uso de nuestra magia para volver a verles.— Explicó, sentándose sobre una butaca con aire cansado. No se había dado cuenta de lo mayor que era hasta ese instante, fijándose en las arrugas de su piel a la luz de la luna que entraba por la ventana.— Pero es un trabajo agotador, la verdad.
— ¿Todos los muertos son así?— Preguntó él, una brizna de esperanza brillando en sus ojos.— Antes… mi padre.
La mujer sacudió la cabeza.
— No somos capaces de llamarlos a todos para que vengan, no sin un vínculo emotivo muy grande. Pero al tocarte pude escucharles. Ellos siempre estarán velando por ti, incluso si no puedes verlos.
Aquello le reconfortó un poco, sonriendo con calma y reprimiendo un bostezo. María volvió a sonreír, empujándole hacia una de las camas improvisadas que habían hecho en un hueco de la sala, ahora vacía. Lyreth seguía despierta, sonriendo y recogiendo lo poco que quedaba por guardar en la habitación.
— Muchas gracias por mostrarnos esto.— Murmuró, sonriendo. Tenía una manta en sus manos, aunque no creía poder dormir mucho aquella noche.— Creo que es mucho más de lo que esperábamos.
María rió.
— Tenéis un buen aura. Nunca había visto a mis hijas bailar con tanta energía desde hacía meses.— Bromeó, apoyando una mano en su espalda, antes de apartarla con un brusco movimiento, como si su compañera quemase. Lyreth se sorprendió del gesto, frunciendo el ceño e inclinando la cabeza. La mujer suavizó el rostro, aunque seguía mostrándose preocupada— Perdona, no sabía… Tu familia.
— Oh. No te preocupes.— Comprendió ella, sacudiéndo la cabeza y restando importancia.— Fue hace mucho tiempo.
María asintió, sin querer entrometerse mucho más. Apoyó una mano comprensiva sobre las suyas, aunque titubease antes de hacer el gesto.
— Están callados. Pero están presentes. Y te observan.
Se fue sin añadir mucho más, dejando la sala completamente vacía, a excepción de Theren durmiendo pegado a la pared. Lyreth suspiró y se acurrucó a su lado, tumbándose pero con los ojos completamente abiertos. Las sombras de la habitación le parecían más vivas en aquel momento, como si miles de ojos estuvieran presentes, clavados en ella.
Atentos.
Es la primera vez que leo sobre estos personajes pero voy entendiéndolos bastante bien. Me gustó mucho la idea de la ciudad de los muertos, con sus rituales. Totalmente opuesto a lo que me esperaba al ver el título, me has sorprendido.
ResponderEliminarBuen relato.
¡Saludos!
Ay GEMA me ha gustado mucho T_T
ResponderEliminarMe ha gustado un buen linda, lo he disfrutado.
ResponderEliminarBesos!