Brote de esperanza {Relato Corto}
[Deus ex Machina: ese as en la manga que muestras para sorprender al lector cuando todo parece perdido]
La gente adoraba los duelos mágicos. Demostraban que la magia no había muerto, no del todo, con hechizos letales que podrían acabar con su contrincante, pero que aprendían a anular con un movimiento de su mano y el léxico adecuado. La magia no había muerto, se repetían al ver los hechizos salir de los canalizadores, si esos hechizos tan complejos pueden realizarse significa que todo va bien.
No era cierto, pero adoraban mentirse a sí mismos.
Los duelistas se acercaron a la arena de batalla, cada uno desde un extremo de la sala. Ambos apenas rozaban la veintena, estudiantes recién salidos de la academia que se batían para demostrar su habilidad. El favorito era el joven de cabellera rubia de clase alta, Cédric Runneaw. Saludaba al público con una sonrisa amplia en sus labios, girándose cuando oía su nombre para poder complacer a todos los que estaban ahí apoyándole. Sus padres, en el público, observaban cada uno de sus gestos con aire complacido. Esperaban mucho de él y viendo su competencia, dudaban quedarse decepcionados.
La joven al otro lado de la pista no parecía tan confiada, ni tenía el porte elegante de su contrincante. Nayde intentaba luchar contra las ganas de encogerse y esconder su varita bajo las mangas de su chaqueta, sintiéndose estudiada. La magia tenía clases y muchos creían que si alguien de una clase tan inferior había llegado hasta la final de aquella competición había sido exclusivamente por suerte. Podía sentir los murmullos entre el público, aunque también hubiera vitores, y bajó la vista al suelo. Solo segundos después volvió a alzarla, algo más determinada. Enfocó a su contrincante y al final al público que aplaudía y fotografiaba el encuentro, recibiendo sus saludos con gestos amables y dulces.
La profesora que se interponía entre ambos les dio un leve golpe en el brazo para llamar su atención, mostrando una imparcialidad muy poco clara al dedicarle una sonrisa dulce a Cédric, ante la incrédula mirada de Nayde. No tuvo tiempo para quejarse, justo cuando iba a abrir la boca la profesora se apartó, dejando que se saludaran mientras ella hacía las presentaciones al público. Cédric le sonreía mordaz, una actitud que había compartido hacia ella durante gran parte de su vida académica, pero acabó frunciendo el ceño y suavizando su expresión.
— Suerte, Nayde. Supongo que la necesites.
Ella alzó sus ojos marrones hacia él, primero abiertos en completa sorpresa por el comentario, seguidos por la sospecha. Apretó los labios y los puños en un intento por serenarse.
— ¿Estás intentando desconcertarme, Cédric? No lo conseguirás.— Sonaba decidida, pero él sabía leer a las personas y pudo ver el temblor en su voz, la forma de no saber dirigir su mirada a ningún sitio concreto, y los nervios al morderse el labio inferior. No añadió nada más, apartándose de ella como la regla marcaba. Su comentario podría haber sido sincero, pero el resultado del mismo le situaba en una posición favorable y necesitaba ganar.
Tras la presentación de la profesora se apartó y fue hacia las gradas. El sonido de una campana les puso en alerta, al segundo toque comenzaría el duelo. Nayde había estudiado cada uno de los combates y las conductas de su rival, así como las suyas propias. Ella siempre dejaba que fuera su contrincante quien comenzara luchando, pero no aquella vez.
En cuanto el segundo gong metalizado de la campana sonó, la joven alzó su varita con energía. Su canalizador era mucho peor, pero en cuanto el hechizo se puso en marcha el público pareció olvidarlo. Una nube de color morado surgió de su punta, fluyendo con fuerza y serpenteando directa hacia Cédric. El hechizo podría haber envenenado al joven, cubriendo su piel de póstulas y haciendo que se pudriera si la exposición era demasiado prolongada. Sin embargo no llegó a tocar la punta de sus pantalones marrones cuando Cédric contrarrestó con gracia el hechizo: una lluvia disipó la nube de veneno y empapó toda la arena, incluyendo a Nayde. La joven se quitó un mechón marrón de la mejilla entre resoplidos, y él la supo distraída por la indignación.
Era el momento de contraatacar.
Con la misma fiereza con la que uno asesta un golpe mortal, el joven lanzó su hechizo. Extendió su varita con gracia y dejó que de ella surgieran rayos eléctricos a gran velocidad, directos al cuerpo de Nayde. Sin embargo la sonrisa de sus labios se borró al ver el rostro de sorpresa de la joven, su mano inerte a un lado, y los rayos a punto de alcanzarla. Les enseñaban a luchar con los hechizos más letales, pero en ningún momento habría esperado que de verdad fuera a dejarse golpear. El corazón se le detuvo al ver a su rival completamente bloqueada ante una muerte segura. Ni siquiera se veía capaz de apartar la mirada de ella.
El primer destello creó un campo tan brillante que el polvo del suelo se levantó en una fuerte tormenta, cubriendo el campo y la arena, con un estallido sonoro tan fuerte que retumbó en toda la sala. Todos los expectadores se pusieron en pie, intentando aproximarse lo máximo posible para saber qué había pasado, algunos preguntándose si su amiga, su compañera de clase, había muerto de verdad. Cédric dejó que su brazo cayera inerte a un lado, esperando que la polvareda se disipara para confirmar sus temores. El polvo fue remitiendo despacio, pero cuando lo hizo el cuerpo de Nayde no estaba en el suelo, inerte, sino que se encontraba de pie, tan desconcertada como el resto de presentes. No tardó en enfocar el colgante en forma de flor que flotaba frente a ella, que había creado el escudo que llegó a protegerla, y un grito ahogado cubrió la sala al reconocerlo.
La magia se estaba muriendo en el mundo, lo que antes era historia ahora eran leyendas y milagros de tiempos perdidos, pero sin embargo ahí, frente a una sala con periodistas y figuras de renombre, una joven a la que todos creían sentenciada a la muerte había invocado un amuleto mágico digno de los hechiceros del pasado.
La era de las leyendas no estaba tan muerta como pensaban.
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No era cierto, pero adoraban mentirse a sí mismos.
Los duelistas se acercaron a la arena de batalla, cada uno desde un extremo de la sala. Ambos apenas rozaban la veintena, estudiantes recién salidos de la academia que se batían para demostrar su habilidad. El favorito era el joven de cabellera rubia de clase alta, Cédric Runneaw. Saludaba al público con una sonrisa amplia en sus labios, girándose cuando oía su nombre para poder complacer a todos los que estaban ahí apoyándole. Sus padres, en el público, observaban cada uno de sus gestos con aire complacido. Esperaban mucho de él y viendo su competencia, dudaban quedarse decepcionados.
La joven al otro lado de la pista no parecía tan confiada, ni tenía el porte elegante de su contrincante. Nayde intentaba luchar contra las ganas de encogerse y esconder su varita bajo las mangas de su chaqueta, sintiéndose estudiada. La magia tenía clases y muchos creían que si alguien de una clase tan inferior había llegado hasta la final de aquella competición había sido exclusivamente por suerte. Podía sentir los murmullos entre el público, aunque también hubiera vitores, y bajó la vista al suelo. Solo segundos después volvió a alzarla, algo más determinada. Enfocó a su contrincante y al final al público que aplaudía y fotografiaba el encuentro, recibiendo sus saludos con gestos amables y dulces.
La profesora que se interponía entre ambos les dio un leve golpe en el brazo para llamar su atención, mostrando una imparcialidad muy poco clara al dedicarle una sonrisa dulce a Cédric, ante la incrédula mirada de Nayde. No tuvo tiempo para quejarse, justo cuando iba a abrir la boca la profesora se apartó, dejando que se saludaran mientras ella hacía las presentaciones al público. Cédric le sonreía mordaz, una actitud que había compartido hacia ella durante gran parte de su vida académica, pero acabó frunciendo el ceño y suavizando su expresión.
— Suerte, Nayde. Supongo que la necesites.
Ella alzó sus ojos marrones hacia él, primero abiertos en completa sorpresa por el comentario, seguidos por la sospecha. Apretó los labios y los puños en un intento por serenarse.
— ¿Estás intentando desconcertarme, Cédric? No lo conseguirás.— Sonaba decidida, pero él sabía leer a las personas y pudo ver el temblor en su voz, la forma de no saber dirigir su mirada a ningún sitio concreto, y los nervios al morderse el labio inferior. No añadió nada más, apartándose de ella como la regla marcaba. Su comentario podría haber sido sincero, pero el resultado del mismo le situaba en una posición favorable y necesitaba ganar.
Tras la presentación de la profesora se apartó y fue hacia las gradas. El sonido de una campana les puso en alerta, al segundo toque comenzaría el duelo. Nayde había estudiado cada uno de los combates y las conductas de su rival, así como las suyas propias. Ella siempre dejaba que fuera su contrincante quien comenzara luchando, pero no aquella vez.
En cuanto el segundo gong metalizado de la campana sonó, la joven alzó su varita con energía. Su canalizador era mucho peor, pero en cuanto el hechizo se puso en marcha el público pareció olvidarlo. Una nube de color morado surgió de su punta, fluyendo con fuerza y serpenteando directa hacia Cédric. El hechizo podría haber envenenado al joven, cubriendo su piel de póstulas y haciendo que se pudriera si la exposición era demasiado prolongada. Sin embargo no llegó a tocar la punta de sus pantalones marrones cuando Cédric contrarrestó con gracia el hechizo: una lluvia disipó la nube de veneno y empapó toda la arena, incluyendo a Nayde. La joven se quitó un mechón marrón de la mejilla entre resoplidos, y él la supo distraída por la indignación.
Era el momento de contraatacar.
Con la misma fiereza con la que uno asesta un golpe mortal, el joven lanzó su hechizo. Extendió su varita con gracia y dejó que de ella surgieran rayos eléctricos a gran velocidad, directos al cuerpo de Nayde. Sin embargo la sonrisa de sus labios se borró al ver el rostro de sorpresa de la joven, su mano inerte a un lado, y los rayos a punto de alcanzarla. Les enseñaban a luchar con los hechizos más letales, pero en ningún momento habría esperado que de verdad fuera a dejarse golpear. El corazón se le detuvo al ver a su rival completamente bloqueada ante una muerte segura. Ni siquiera se veía capaz de apartar la mirada de ella.
El primer destello creó un campo tan brillante que el polvo del suelo se levantó en una fuerte tormenta, cubriendo el campo y la arena, con un estallido sonoro tan fuerte que retumbó en toda la sala. Todos los expectadores se pusieron en pie, intentando aproximarse lo máximo posible para saber qué había pasado, algunos preguntándose si su amiga, su compañera de clase, había muerto de verdad. Cédric dejó que su brazo cayera inerte a un lado, esperando que la polvareda se disipara para confirmar sus temores. El polvo fue remitiendo despacio, pero cuando lo hizo el cuerpo de Nayde no estaba en el suelo, inerte, sino que se encontraba de pie, tan desconcertada como el resto de presentes. No tardó en enfocar el colgante en forma de flor que flotaba frente a ella, que había creado el escudo que llegó a protegerla, y un grito ahogado cubrió la sala al reconocerlo.
La magia se estaba muriendo en el mundo, lo que antes era historia ahora eran leyendas y milagros de tiempos perdidos, pero sin embargo ahí, frente a una sala con periodistas y figuras de renombre, una joven a la que todos creían sentenciada a la muerte había invocado un amuleto mágico digno de los hechiceros del pasado.
La era de las leyendas no estaba tan muerta como pensaban.
AHHHHHH ME HAS DADO TODAS LAS GANAS DE ESCRIBIR. Me encanta #llorando ♥
ResponderEliminarQué solete eres, me alegra que te gustara y que te inspirara *^*
EliminarBuen relato. Me has hecho olvidar por un momento de qué se trataba el reto. Juro que quería subir para recordarlo, en plena pelea, pero esperé a llegar a la resolución para adivinarlo. Muy bien hecho, ahora me toca a mí también hacerlo.
ResponderEliminar¡Besos!
Jajaja era un poco complicado, lo admito. De todos modos los voy haciendo en orden, así que no es dificil adivinar de qué se trataba.
Eliminar¡Un besín!