To fall (at your feet)

[aka: quitadme a mis OCs antes de hacerle más daño todavía. Sí, es una relación tóxica en muchos aspectos.]




Nuestros encuentros eran furtivos, extraños y cargados de ansiedad al terminar. El nudo subía por mi garganta y me oprimía los pulmones cuando me mordía el cuello con un fervor que solo era necesidad. No era hacer el amor, porque extrañamente lo que hacíamos podía confundirse con tal. Era dejar que nuestras frustraciones se hicieran patentes en uno de esos encuentros desenfrenados, antes de que él siguiera su camino de venganza y yo tratara de ponerle freno.

Eran pausas que él me pedía y no podía negarle. Podía ser todo lo malo del mundo, podía perpetrar horrores que me rozaban, que me rompían, que me dañaban, pero era sentirle venir y mi cuerpo se detenía, mis fuerzas se escapaban y lo único que quedaba de la joven buscando a su amigo de la infancia era la adulta que lo había encontrado demasiado roto como para poder sanar.

Dentro ni siquiera era una ilusa. Ser consciente de todo lo que él era no me detenía. Era horrible sentirle caer y verme arrastrada por él, pero peor era imaginarle cayendo sin un paracaídas para detenerle. Y aunque yo sufriera no había manera de detenerme, porque oírle susurrar mi nombre en su oreja, aún cargado de dolor y angustia contenida, era bastante para hacerme estremecer y perderme en esa mirada gris que hacía tiempo que era puro metal.

Sin embargo, ¿qué podía hacer? No quería dejarle caer, pues aún albergaba esperanza de volver a ver una de sus sonrisas cargada de dulzura, emoción y buenos recuerdos. Daba igual las lágrimas que hubiera derramado o la rabia que sintiera, daba igual todo si podía concederme unos segundos a su lado. Aunque fueran seguidos de una triste miseria que hiciera un poco más oscura la habitación en la que estábamos.

Nunca podía dormir al quedarme a su lado. Esperaba a que las caricias por mi espalda, esas que me dejaban un leve cosquilleo y a veces despertaban un escalofrío, se detuvieran. Entonces me despertaba, sintiendo que el nudo de mi estómago se iba haciendo cada vez más grande, que las lágrimas que asomaban por mis mejillas eran cada vez mayores. La situación me consumía y yo me dejaba.

Tampoco me quedaba nunca para verle a él despertar, las sábanas revueltas y la realización de lo ocurrido como única compañía. Tampoco me quedaba para sentir su angustia propia, la sensación de estar alejándome con cada encuentro en vez de quedar más cerca de él. No me quedaba para sentirle hundirse más. Porque ya lo había hecho. Había intentado hablar, consolarle, recordarle al vecino que había tenido y me había sonreído cuando nada más tenía en el mundo.

Pero hacía tiempo que ya no era él, y el dolor causa estragos en la gente. No había nadie para secar sus lágrimas por la mañana porque no había lágrimas que secar si había alguien a su lado. No podía ayudarle.

Solo podía verle venir, roto y necesitado como siempre, sabiendo la necesidad que sentía, y hacerla mía. Solo podía ceder.

Solo podía caer.

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