Diario: Cosas que no van a ningún sitio.
Como, supongo, a todo el mundo, a veces me apetece hacer algo que no da ningún fruto.
En mi caso, eso se resume en que de repente me viene una idea muy buena para esa novela que tengo más que abandonada en un cajón, a la que de repente y mirando por la ventana en un tedioso autobús de dos horas y 45 min le aparece... No exactamente una trama, sino un pequeño detalle. Como si estuvieras viendo una ecuación de muchas variables desconocidas y de golpe te dieras cuenta que hay un valor ahí que sabes exactamente cuál es. No puedes resolver la ecuación, y lo sabes, pero sin embargo comienzas a darle vueltas.
Podrías tener menos posibles resultados, como si en el quién es quién de golpe hubieras descubierto que el individuo no tiene bigote, pero sin embargo seguirías estando sin saber si se trata de un hombre o una mujer.
Y tal vez os digáis: Bueno Gema, no sabes si en realidad la novela no saldría adelante, puede que puedas salvarla...
No, olvidad esa idea. Es una de esas novelas que me venían a la mente cuando estaba en tercero de la ESO y que tiene más cabos sueltos que un navío destartalado. Y que me gusta y tiene personajes graciosos, pero si esa novela ve la luz yo me mudo bajo tierra presa de la vergüenza.
Y es en estos momentos cuando me pregunto por qué. Sabiendo que algo no va a salir bien, o que podría hacer algo más fructífero (revisar Lhanda, cof cof) me dedico a ir poco a poco atando cabos sueltos o deseando reescribir alguna escena de esa historia.
Supongo que es porque, por mucho que no sea algo productivo, y por mucho que no va a ninguna parte, no puedo evitar sentir nostalgia, querer recordar viejos tiempos y perder el tiempo con cosas no productivas y que no van a dar fruto, como Alberto, que riega sus tomates pese a saber que esas pobres criaturas no van a crecer nunca.
Supongo que cada cual tiene su listado de cosas que no van a ningún sitio, pero no son capaces de soltarse del todo, bien sea por nostalgia, por orgullo o por miedo. Tampoco es que me queje. Me gusta recordar lo que escribía y ver en qué tenía la cabeza cuando era más pequeña. Nunca he mantenido un diario durante mucho tiempo pero siempre he escrito, y creo que, al menos de momento, puedo recordar las cosas que hice gracias a mis relatos.
Si nos ponemos un segundo en modo filosófico, tal vez a veces haga falta no ir a ningún sitio par acabar en algún lado.
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