Aprendiendo a Volar ~Relato corto: segunda parte~
El cuarto y último relato de esta semana del four by flash es la continuación del relato anterior. Si, cuando acabeis de leerlo, tenéis curiosidad por buscar el lugar que se describe en la historia, está en algún punto de la carretera Oviedo-Santander, el otro día en el autobús tuve la suerte de observarlo y fue mágico. La inspiración vino a mi casi al instante.
Y, cuando viene la inspiración, lo mejor es escribir.
No quise decírselo directamente a Lethan, pero notar el sol al salir de casa casi me deja ciega. La verdad es que me había dejado mucho, tal vez demasiado, pero había perdido las ganas por todo y, si todavía comía, por poco que fuera, era básicamente porque el rugido de mi tripa no me dejaba velar en paz la muerte de mis padres. Era triste pensar que ni siquiera comía simplemente por vivir, sino porque no tenía el silencio suficiente.
Y, cuando viene la inspiración, lo mejor es escribir.
Aprendiendo a Volar
No quise decírselo directamente a Lethan, pero notar el sol al salir de casa casi me deja ciega. La verdad es que me había dejado mucho, tal vez demasiado, pero había perdido las ganas por todo y, si todavía comía, por poco que fuera, era básicamente porque el rugido de mi tripa no me dejaba velar en paz la muerte de mis padres. Era triste pensar que ni siquiera comía simplemente por vivir, sino porque no tenía el silencio suficiente.
La verdad es que, si me pongo a verlo con perspectiva ahora, fui una completa idiota. Pero verlo desde fuera es mucho más fácil que verlo desde dentro.
No hablamos mucho cuando me subí al coche. Si soy sincera, ni siquiera recuerdo que me dijera a dónde nos dirigíamos exactamente. Sólo me había dado un dato: que intentaría resolver mi duda.
En un primer momento pensé en puenting, bueno, es lo que más se parecía volar, o al menos, así lo creía en aquel instante. Sin embargo, supuse que no sería algo tan sencillo. Si no, ya me habría llevado antes.
Me subí al coche azul que había a unos veinte metros del portal, era algo viejo y con matrícula italiana. Miré a Lethan con curiosidad, pero él no hizo comentario alguno mientras arrancaba el coche. Al final me resigné y, dejando las manos sobre mi regazo, me quedé mirando sin mirar la guantera negra del coche.
- ¿No vas a preguntarme?- Dijo Lethan tras unos minutos.- ¿Ni una sola palabra?
Alcé la vista y me fijé en él. No parecía haber apartado la vista de la carretera cuando me habló y no lo hizo cuando yo me giré. Aun así, sonreí un poco, arqueando una ceja.
- ¿Me lo explicarías aun así?- Bufó, y la sonrisa se esbozó en sus labios. No hubo más conversación en los largos veinte minutos que duró el viaje. En los últimos cinco decidí que, para aligerar un poco la tensión del aire, podría poner la radio, y me sorprendí al ver que no estaba codificada y solo di con ruidos. Para cuando encontré una canción, me di cuenta de que Lethan acababa de apagar el motor.
Apreté los labios, algo molesta por que no me advirtiera de la inminente llegada, pero sin embargo decidí dejarlo pasar. Salí del coche y una fuerte ráfaga de viento hizo que mis cabellos castaños taparan mi visión. Era un viento frío cargado de salitre, lo que, en cierto modo, me hizo sonreír. Adoraba estar en la costa, y el lugar, apartado de la civilización, inspiraba serenidad. Comencé a alejarme del coche mientras corría hacia el borde del acantilado, dejando atrás una fina capa de verde intenso que poco a poco fue sustituída por piedra desnuda.
Me quedé ahí, observando el mar golpeando la costa, las olas no cejaban en su empeño, pese a que no alcanzaban nunca la cima.
- Vaya, parece que llegamos pronto, aún no es pleamar.- Suspiró Lethan, sentándose a mi lado.
- ¿Qué tiene de especial la pleamar?- Pregunté, parecía que por fin, ahora que estábamos justo donde él quería, estaba dispuesto a hablar. Y no pensaba dejar pasar la oportunidad de resolver mis dudas.
- Es cuando mejor podré expresarte lo que se siente al volar.
- ¿Y un adelanto?- Me atreví a pedir. Tal vez tenía que ver con saltar, o surcar las olas… Pero entonces deseché la idea. Lethan era un ángel caído. No había forma de poder hacer eso sin acabar ambos cayendo estrepitosamente sobre las olas, las cuales nos golpearían contra la pared del acantilado.
Pese a que llevaba días dejándome del mundo, la idea tampoco me agradaba y me enorgullecí al dar un paso hacia atrás. Él observó el gesto sin decir nada, pero cuando le miré, su rostro serio esbozó una sonrisa.
- Saber que sales de ese pozo me alegra los días.- Comentó. Parecía un comentario inocente, tal vez no le habría creído de no saber su historia. No me conocía, no entendía el por qué iba entonces a preocuparle mi estado.
Pero entonces caí en la cuenta de que, si yo había tocado fondo, él había bajado al infierno.
Sonreí, sacudiendo la cabeza, y me acerqué a él.
- Tenemos una hora más o menos, ven al coche, traje comida.- Comentó. Le seguí, dejando atrás el rumor de las olas, aunque no se fue del todo, como el viento. Había resistido hasta ese instante apartándome el pelo de la cara y colocándome cara al viento, pero acabé cediendo y me hice una coleta alta mientras Lethan sacaba del maletero un par de bocadillos y una botella de un litro de agua.- ¿Prefieres el de bacon o el de lomo?
- La duda ofende.-Pese a que no había comido algo tan grasiento en mucho tiempo, y pese a que Lethan no me había visto comer más que cereales, pizzas precalentadas y cosas que no me hacían estar mucho tiempo fuera de casa, el bacon era sagrado. Él me sonrió, tendiéndome el bocadillo envuelto en papel albal. Di un mordisco casi sin desenvolver, deleitándome con el sabor. Estaba delicioso, más delicioso de lo que cualquiera hubiera imaginado, sobre todo para algo tan sencillo.- Está muy rico.
- Gracias.- Se hizo otro silencio que duró hasta que tuve el bocadillo por la mitad. Pese a que etaba muy rico, no estaba acostumbrada a comer, y se notaba.- ¿Me vas a dar pistas sobre dónde está el secreto?
Negó una última vez, acabando su bocadillo. Yo me peleaba por envolver el mío de nuevo en el papel albal. El rubio miró la hora, y, todavía sin decir nada, me cogió de la muñeca y me acercó de nuevo al acantilado.
Se notaba la diferencia del ambiente, las olas ahora rompían con fiereza sobre la cima del acantilado, y a veces la espuma se quedaba suspendida en el ambiente durante largos minutos.
- Bueno, pues ya estamos encima del secreto.- Bromeó Lethan, señalando una pequeña abertura en la roca, abajo había una cavidad que daba directamente al mar, y las olas rompían con fuerza. Lo miré sin entender a qué se refería. Simplemente era una casualidad sorprendente.
- ¿Cómo va a responder esto a mi pregunta?
- Verás, volar sin alas es muy, muy, pero que muy difícil.- Sonrió él, arrastrándome hacia el punto sobre la redonda grieta.- No puedes mantenerte, y es difícil sentir el aire arrastrando tus preocupaciones o dejarlas en la tierra. No es lo mismo que caer, pues entonces parece que las preocupaciones te hunden con ellas… Volar es ascender y dejarlo, durante unos instantes, todo atrás. Como si estuvieras en una ciudad cubierta de niebla y te elevaras para verlo todo mejor.
>> Y, entonces, es cuando el mar nos ofrece una ayuda.
No me dio tiempo a preguntarle a qué se refería, pues de pronto una fuerte ola golpeó el acantilado, salpicándome primero, y luego…
Luego ocurrió la magia.
Fue como si un sifón surgiera de la tierra, un géiser marino formado por la brisa del mar, la cual se introdujo bajo mi ropa y acarició mi piel con suavidad. Por unos instantes, pese a no haber levantado los pies del suelo, pude sentir como mis preocupaciones, mis temores y todo se hubieran alejado con la brisa. O, mejor, como si lo hubiera hecho yo.
Apnas duró lo que tarda una ola en romper, pero fue como si hubiera recibido horas de terapia. Miré a Lethan, el cual me devolvía una mirada inquisitiva, y asentí.
Había volado por primera vez.
Muy buen relato.
ResponderEliminarGracias María del Carmen, me alegra que te gustar.
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