Ensayo sobre combates

[este ensayo es una obra de ficción sin historia antes o después, ni descripción de personajes ni nada, simplemente un calentamiento para ver cómo se me daría el describir un combate, así que, por favor, opinad]

La daga se posó velozmente en el cuello del soldado, ni siquiera le dio tiempo a reaccionar. Él no se movió, notando la presión del acero sobre su cuello, haciendo que cada respiración fuera precisa y dolorosa. La ladrona sonrió.
- Nunca sois lo suficientemente rápidos...- Bromeó, susurrandolo en su oreja.  - Ahora dime, cielo, ¿prefieres seguir viviendo?
- Sí- Antes de que ella pudiera hablar, notó como él apretaba con rapidez su brazo del cuello, sin tiempo de reflexión, empujándola, pero sin soltarla. Una mueca de desprecio escapaba de sus labios.- Pero no gracias a ti.
Notó como llevaba su mano a la funda de la espada. Ella maldijo para sus adentros. Llevaba tiempo sin practicar con la espada, esperaba no haberse olvidado. Forcejeó y se soltó, llevando su mano a la espada.
Ambos desenfundaron, midiendo sus fuerzas. Él tenía la ventaja de la fuerza. Ella, la agilidad. Por suerte la armadura del soldado no era completa y solo cubría su pecho.
- ¿De verdad quieres hacer esto? Si empezaiss la lucha, no hay marcha atrás...
- ¿A qué os referís?
- Si luchamos, acabaré con vuestra vida.
- Oh, es un alivio escucharlo, yo pensaba lo mismo.


Avanzó, pero no inició ningún ataque. Solo llevaba la espada en alza y sujeta con ambas manos. Él se dispuso a bloquear desde arriba, cuando notó como ella hacía descender la espada para evitar el bloqueo. Tuvo que retroceder y rectificar, sorprendido por aquella extraña finta.
"Es buena" Pensó, todavía recuperándose de la sorpresa.
Decidió no darle oportunidad a repetir aquella jugada, comenzando a dominar el combate. Se dedicaba a atacar el torso, visiblemente más indefenso que el suyo, pero la ladrona no solo era buena con las fintas, sino que bloqueaba, y aprovechaba el impulso de su cuerpo para deslizar su espada hacia el interior. La ausencia de armdura le permitía realizar movimientos amplios y gráciles que le servían de defensa. Sabía aprovechar su agilidad para bloquear los golpes, lo que le daba tiempo para atacar.
Pero, ¿qué clase de soldado sería si se dejaba ganar por una ladrona?
Aprovechó una de sus fintas, y sujetó su brazo, deteniendo el movimiento. Ella, sobresaltada, intentó forcejear, pero, incapaz de soltarse, solo le quedaba intentar que su espada no le alcanzara.
La empujó al suelo, y procuró rodar para quedar fuera del alcance de su espada. Se incorporó, apoyada en una rodilla, para parar con el canto de su espada la estocada de su enemigo, ayidándose con la mano para hacer fuerza.
Un envite volvió a hacerla retroceder, girando. No era capaz de contener un golpe de fuerza bruta. Por eso él corría y aprovechaba el momento. Tampoco le quedaba otra. Si volvía a devolverle la ventaja de la velocidad, bien podrían empezar a cavar su tumba.
Pero su armadura pesaba, y el combate también le estaba cansando. No era más que un soldado encargado de la guardia de una mansión. ¿Quién esperaba un ataque tan elaborado? Había bajado el ritmo de sus entrenamientos desde hacía años, y ahora empezaba a pasarle factura.
Un jadeo lo delató. Porque, aunque ella estaba cansada, su ropa era más ligera y, seguramente, su entrenamiento más intenso. No tendría problemas al aumentar el ritmo. Y eso hizo. La velocidad de sus golpes aumentó, haciendo que el soldado a duras penas pudiera parar las estocadas, mucho menos plantear un contraataque. Las tornas habían cambiado.
Sin capacidad de atauqe, solo era cuestión de tiempo que cometiera un errror. Como dejar que se acercara demasiado. Antes de poder darse cuenta, se vio golpeado con la espada y, al retroceder, ella aprovechó para hacerle la zancadilla. El soldado se desequilibró, cayendo.
En el suelo y de espaldas, con la espada a medio metro de su cuerpo, solo podía contemplar como ella se colocaba frente a él, con la espada en su pecho. Se permitía sonreír, entre jadeos.
- No te regodees y acaba con esto.- Murmuró, cerrando los ojos.- Pero que sea limpio.
- ¡Qué melodramáticos sois todos!- Bromeó ella, sentándose sobre su pecho. Ni siquiera era capaz de impedir eso.- No me gusta mancharma las manos, cariño...
- ¿Qué?- Notó como se inclinaba sobre él, exhibiendo sus curvas, y besó sus labios con suavidad. Se incorporó poco después, mirando de reojo al desconcertado soldado.- ¿A qué ha venido eso?
- Un pequeño recuerdo...- Murmuro, jugando con la llave de la mansión que había sacado de su bolsillo.
Él quiso replicar, maldecir, cuando se dio cuenta que era incapaz de hablar. Estaba mareado y le fallaban los brazos. Empezó a respirar de forma acelerada, temiendo lo  peor. Le había envenenado.
Poco antes de perder el conocimiento, pudo ver el cuerpo de la ladrona acercándose a él.

Amaneció solo en el bosque, un par de manzanas rojas estaban al lado de su cabeza, intactas. El sonido del agua corriente le informó que había un río cerca. De sus ropas le faltaban las botas y el cinto. Había tenido la decencia de dejarle una espada mellada en su lugar. Miró alrededor, riendo.
- Dichosa ladrona...- Maldijo, dando un mordisco a la manzana y dirigiéndose al río.

Al final sí que escribí una continuación a este ensayo, ladrona y soldado vuelven a verse las caras en la costa, puedes leerlo aquí

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