Fanfic Rymeria ~uEqMlP~ capítulo 2
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Capítulo 2: Vuelo y señal
Aquella noche Nymeria no
había dormido bien. Llevaba semanas soñando con su viaje al Norte, y despertaba
ilusionada pensando que seguía ahí, todavía escuchando las risas del joven
Stark que la había tratado de un modo tan galante. Nunca se había sentido más
apreciada que con los sinceros halagos de aquel niño, libres de cualquier otra
intención que no fuera hacerla sentir querida.
Sin embargo, casi al
volver, las tragedias fueron sucediéndose una a una.
Primero fue Ned Stark,
el padre de Rickon, asesinado por traidor. Luego Arya, la pequeña loba
traviesa, desapareció sin ser vista, incluso hubo una impostora que fue
descubierta cuando intentaron reconstruir Invernalia. Y entonces, sucedió
aquello que partió el corazón de la joven e hizo que pasara semanas sin apenas
probar bocado. Theon, aquel joven que parecía un Stark más, destruyó Invernalia
y, lo peor de todo, mató a Bran y a Rickon, su Rickon, el pequeño galán que la
había nombrado la mujer más bella de todo poniente, que intentaba ganarse su
amor con cada palabra y se comportaba como un diablillo cuando se daba la
vuelta. Era el joven travieso que se había ganado su corazón sin apenas
esfuerzo.
Maldijo mil veces a
Theon mientras seguían llegando noticias de la desgracia Stark. Robb, Catelyn,
Sansa desaparecida… Y, por si fuera poco, su padre fue asesinado vengando a su
familia.
No fue un buen otoño
para Nymeria. Su prima no conseguía animarla, y el placer carnal ni siquiera la
satisfacía.
No fue hasta que Theon
Greyjoy confesó que los dos hermanos Stark seguían vivos, que no recuperó el
calor en el rostro, que dejó que las fuerzas volvieran a ella, y que empezó a
tramar un plan para vengar a aquella familia de aquellos que habían acabado con
la suya, y con aquella que llegó a querer.
Se levantó de la cama,
dejando que las sábanas de seda fueran separándose como una simple caricia de
su cuerpo desnudo. El calor había vuelto a Dorne y pegaba fuerte, adentrándose
en el castillo y no dejando un solo lugar libre de él. Y no podía ir a los
jardines del agua a relajarse porque había demasiados asuntos políticos que
requerían su atención.
Suspirando, se dirigió a
la bañera y se hundió dentro, intentando que los sueños de épocas felices
quedaran ahogados para no tener que lidiar con la decepción de levantarse todos
los días sabiendo que una parte de su corazón ardió junto con Invernalia. Pero
no funcionó. Se frotó el cuerpo, pensando que podría limpiar esos recuerdos
como había intentado más veces, pero fue en vano. Parecía que viviría
atormentada pensando lo que pudo llegar a ser.
Porque, cuando
despertaba cada mañana tras uno de aquellos sueños, no podía dejar de
preguntarse por Rickon, por cómo sería y si seguiría teniendo el cabello rizado
en una pequeña maraña castaña, que no dejaba que nadie aparte de ella
revolviera. Por si seguiría atravesando los bosques espada en mano, aunque
esperaba que hubiera dejado de ser de madera y por si, al volver a cruzarse,
seguiría pensando que era la mujer más bella de Poniente, como había llegado a
prometer.
- ¿La mujer más bella?
Ojalá fuera cierto- Murmuró, saliendo de la bañera. A pesar de que los años
podrían haberla jugado peores pasadas, empezaban a pesarle en la espalda.
Bolsas en los ojos, arrugas, patas de gallo… Al menos seguía manteniendo a sus
atributos firmes en su sitio, cosa que le sacó una pequeña sonrisa.
Buscaba algo ligero que
ponerse por encima, no muy elegante, cuando un piar llamó su atención.
Sobresaltada, se giró para observar que la pareja de aves de brillantes
colores, que doce años atrás se habían separado, volvía a estar junta. Nymeria,
cautelosa, se acercó, observando el trozo de tela que sostenía a duras penas el
animal. Soltó los cordeles que lo mantenían atado y abrió la jaula para permitir
que la pareja se juntara. A medida que iba desenrollando la cara, su rostro fue
adquiriendo diferentes expresiones, primero desconcierto, después pasó a la
sorpresa, alivio y, finalmente, felicidad.
El corazón le dio un
vuelco mientras soltaba el trozo de tela con el blasón de los Stark y buscaba
un vestido que resaltara su piel morena por el sol, su figura femenina, y
dejara a la vista los complementos más importantes de una mujer. Salió
corriendo de sus aposentos casi olvidando los zapatos, con el pelo atado en una
trenza que aún no había secado del todo.
Lo sabía, sabía que
tenía que seguir vivo, que conservaría su regalo. Fue un detalle muy sencillo
en su momento, algo para que la recordara y que esperaba que lo cuidara bien.
Se preguntó cuánto tardaría en olvidarse de él, y tal vez recibiría una carta
de sus padres diciendo que el pequeño había encontrado un amor de su edad. No
le habría molestado, no esperaba que fuera suyo para siempre. Pero, cuando el
ave no volvió, no dejaba de preguntarse si también habría sucumbido a las
catástrofes del norte, lo cual sería lo más normal, o había sobrevivido. Y, sin
embargo, siempre albergó esperanzas.
A veces temía que
llegara cubierta de hollín, fatigada por el viaje, y eso significara que
simplemente había logrado burlar la muerte, pero no así el joven al que se lo
regaló. Otras veces había creído escucharlo cuando en realidad era otro simple
gorrión. Muy pocas veces pensaba que, tal vez, tanto ave como dueño habían
perecido en el norte.
Y, por suerte, andaba en
lo cierto.
Cruzó los pasillos tan
rápido que casi se comió a su prima, que fue a interceptarla. Logró detenerse a
tiempo al sentir que la agarraba del brazo.
- Nymeria, ¿qué pasa,
dónde está el fuego?- Preguntó, asustada, Arianne. La joven, que jadeaba por la
carrera, trató de recobrar el aliento antes de responder.
- Es Rickon, ha venido.-
Comentó, visiblemente ilusionada.
- ¿Rickon?- Su prima
parecía un tanto preocupada. Creía que se lo estaba inventando, que había
perdido la cabeza.- Pero Nym, Rickon estaba en Invernalia, y vino el Invierno
siendo un niño, es imposible…
- No, en serio Arianne,
¿recuerdas lo que te pedí estando allí, que me enviaras un presente?
- Sí, ya lo sé, el
agaporni que siempre vuelve frente a su amada…
- Pues ha aparecido hoy,
en la ventana, en mi habitación, y llevaba su blasón, el blasón Stark.- Le
enseñó el trozo de tela que llevaba en una mano, y Arianne lo miró casi con más
sorpresa que Nymeria.
- Entonces… ¿está vivo?
- ¡Sí!- Sonrió, saltando
de la emoción.- ¡Tiene que estar cerca, tengo que encontrarle! ¡Ha venido, ha
cumplido su promesa!
Y ella había cumplido la
suya. No había contraído matrimonio, aunque no pudo mantener a todo hombre
apartado de su cama. Pero ella diferenciaba mucho el sexo del afecto, era algo
tan corriente en el sur que, aunque supiera que tal vez le sentaba mal a
Rickon, no podía impedirlo. Además, no era como si al principio también pensara
que el joven fuera a esperarla. Era un Lord de Invernalia y ella una serpiente
de la Arena. Sus mundos estaban demasiado separados y sólo se habían juntado
por un afortunado conjunto de precedentes que seguramente no volvieran a
sucederse. No tenía por qué esperarle.
Pero ahí estaba, soltera
a sus treinta y dos años, esperando a un joven de dieciocho. Dioses, se había
enamorado de un crío.
Atravesó Lanza del Sol a
un galope forzado que habría destrozado sus nalgas de no estar acostumbrada a
montar. Ante las puertas, oteó el horizonte, buscando algo fuera de lo común,
algo que le dijera dónde se encontraba aquel chico de seis años que había
llenado su corazón con halagos sinceros.
Algo como la figura de
un lobo huargo negro acercándose hacia ellos.
Espoleó a su caballo, la
sonrisa pintada en su rostro. Era vergonzoso pensar que pudiera sonreír después
de todo lo que había sufrido, como si las cosas no pudieran ser tan sencillas.
Como si estuviera destinada a vivir en la tristeza por haber perdido tanto en
poco tiempo. Y, de golpe, aquel joven había disipado todas sus penas con la
misma facilidad que cuando era pequeño y se sentía impotente al ver al pequeño
Bran inconsciente en una cama de Invernalia.
A unos diez metros
redujo el paso, observando a las tres figuras que se acercaban. Primero la
mujer, de complexión fuerte y con el rostro maduro por las experiencias. Las
canas grises brillaban a la luz del sol mientras avanzaba a lomos del enorme
huargo de color negro que seguramente fuera Peludo. El animal ya no era tan
temperamental, sino que caminaba tranquilo, casi con esfuerzo debido al pelaje.
Finalmente, Nymeria
dirigió la mirada hacia Rickon.
Había crecido, le
sacaría una cabeza, era corpulento y, seguramente, mucho más fuerte que sus
hermanos a su edad. Tenía el cabello castaño horriblemente despeinado y una
barba de hacía un par de días, pero en la profundidad de sus ojos claros seguía
estando el pequeño Rickon, el travieso Rickon. El joven que la había cautivado.
Descendió del caballo,
sin saber cómo actuar. No podía ser que una Serpiente de la Arena se sintiera
amedrentada por un cachorro de huargo, pero así era. Titubeó a la hora de
avanzar, como si de golpe hubiera vuelto a su adolescencia. Se mordió el labio
inferior, intentando que ese gesto le ayudara a ser consciente que se estaba
comportando como una joven inmadura, que aquello no era propio de ella. Era una
joven elegante, galán y seductora. No podía quedarse parada como una niña que
no sabe nada del amor.
Dio un paso con
confianza, la cabeza alzada y el porte altivo. Esa era ella, la Nymeria
elegante, tal vez un poco inaccesible al principio, pero que acababa pescando a
cuanto hombre buscara. Y fue a dar otro, pero no pudo mantener ese porte. Con
Rickon no era ella, era una adolescente jugando y riendo, era una niña, con
Rickon revivía su infancia.
Con Rickon corría
desesperada y se fundía en un abrazo que compensaba todos aquellos que no pudo
darle. Acarició sus brazos fuertes mientras él rodeaba su cintura con cariño,
tal vez sin saber cómo actuar. La risa fue brotando de sus labios, dándose
cuenta que Rickon no era muy distinto al joven que había dejado atrás en
Invernalia.
Pronto, él también comenzó a
reír.
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