La Duda ~Microcuento~
Hola! Hoy toca por la tarde pasarse a ver al gordo de George R R Martin, a ver si vamos a escucharle hablar, o al menos a ver la batalla del tridente, o algo. El hombrecillo se encuentra en Avilés, por si a alguien le interesa ir a verle.
Y con este comentario y que solo me queda una asignatura para el año que viene (con total seguridad xD) os dejo otro microcuento, este sin imagen, que me da pereza.
Y con este comentario y que solo me queda una asignatura para el año que viene (con total seguridad xD) os dejo otro microcuento, este sin imagen, que me da pereza.
La Duda
Venas negras envolvían su figura persiguiendo su anatomía, huesos metálicos hacían de sostén, y los músculos favorecían su movimiento. El inventor se sentó frente a su obra y minuciosamente comprobó cada articulación, cada músculo, cada vena.
Todo estaba perfecto, cada órgano, cada fibra muscular, cada tejido se encontraba en su sitio. Sólo faltaba una cosa.
En la mesa se encontraba un corazón del tamaño de un puño, formado con engranajes como mecanismo, y metal reforzado. El inventor lo cogió con delicadeza, como si en cualquier momento pudiera empezar a latir. Con minucioso cuidado lo introdujo en la cavidad del pecho de la figura y soldó las venas a los conductos con tanta paciencia que, habiendo comenzado al atardecer, la luna ya se encontraba en su cénit cuando le dio el visto bueno.
Entonces, de su pechera se sacó una pequeña llave que introdujo en una cerradura en medio de aquel corazón mecánico. La criatura abrió los ojos, ojos mecánicos y opacos, que poco a poco fueron adquiriendo luminosidad y vida.
- ¿Quién soy?- Preguntó.
- Una persona.
- Pero soy de metal, y tu eres de carne y hueso.
- ¿Qué hace persona a una persona y máquina a una máquina?- Preguntó entonces el inventor, todavía inspeccionando que todo el cuerpo funcionara bien.
- ¿El alma?
El inventor entonces sonrió.
- La duda.
Todo estaba perfecto, cada órgano, cada fibra muscular, cada tejido se encontraba en su sitio. Sólo faltaba una cosa.
En la mesa se encontraba un corazón del tamaño de un puño, formado con engranajes como mecanismo, y metal reforzado. El inventor lo cogió con delicadeza, como si en cualquier momento pudiera empezar a latir. Con minucioso cuidado lo introdujo en la cavidad del pecho de la figura y soldó las venas a los conductos con tanta paciencia que, habiendo comenzado al atardecer, la luna ya se encontraba en su cénit cuando le dio el visto bueno.
Entonces, de su pechera se sacó una pequeña llave que introdujo en una cerradura en medio de aquel corazón mecánico. La criatura abrió los ojos, ojos mecánicos y opacos, que poco a poco fueron adquiriendo luminosidad y vida.
- ¿Quién soy?- Preguntó.
- Una persona.
- Pero soy de metal, y tu eres de carne y hueso.
- ¿Qué hace persona a una persona y máquina a una máquina?- Preguntó entonces el inventor, todavía inspeccionando que todo el cuerpo funcionara bien.
- ¿El alma?
El inventor entonces sonrió.
- La duda.
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